lunes, 23 de marzo de 2015

Aquello que nunca te dije

Por Juan José Ruipérez 



Sabes que algo está pasando cuando inviertes casi medio año de tu vida buscando las palabras exactas que describan la parábola que conforma tu sonrisa y no te convence nada de lo que escribes. Las coordenadas fallidas de los besos perdidos en tus mejillas joden más incluso que aquellos que robó otro y el aleteo de tus pestañas es condición más que suficiente para provocar un terremoto que ponga patas arriba esta cabecita tan bien amueblada.

Y tú te empeñas en seguir mirando fijamente al infinito, mientras yo, obcecado en no moverme ni un ápice de mi zona cero emocional. La gente admira eso de mí, el hecho de que quiera seguir viviendo entre escombros les asombra. El problema radica es que os vendí que me gustaba este asunto pero os mentí, si la reina de mi cuento es la ruina de mi templo, la moraleja de la historia, sinceramente, me provoca náuseas. Supongo que ese es el encanto que los otros ven en las ruinas: la historia que tienen detrás. Todo el mundo quiere ver un espectáculo en el Teatro Romano, pero nadie querría ser el protagonista al que tiran al foso de los leones. Todos desean su foto de la Torre de Pisa pero nadie piensa que algún día acabará cayendo. Por mucho que te gritara todo esto, seguirías ahí, parada, petrificada contemplando el infinito mientras yo mantengo la esperanza de que, sin girarte y tan solo mirando de reojo, veas quién está tras tu espalda.

Y de repente, apareces en modo Deus ex machina para darle sentido a esto que escribo, conformando así un final a la altura de las expectativas. Te acercas sonriendo, como me haces siempre, y sigo preguntándome qué voy a a hacer contigo. La no-respuesta que aclara el porqué. Lo único que te pido es que no me maltrates más, no se te ocurra pestañear. Pero date la vuelta.

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