sábado, 11 de abril de 2015

El gran Gatsby o el verano del alma

Por Alba Menor 

 

Ayer, diez de abril, se cumplieron noventa años de la publicación de una de las novelas doradas de Estados Unidos, El gran Gatsby ─título original The Great Gatsby─, cuyas páginas las firmaba un escritor exaltado y sobre todo orgulloso de su creación. Creo que Francis Scott Fitzgerald fue uno de esos escritores que viven sus ficciones. De esos que escriben sobre sí mismos y sobre lo que les rodea, pues es fácil hacerlo… y si además resulta que eres joven, tienes un futuro prometedor y has vivido los locos años 20 en una de las ciudades más lunáticas y sugestivas del mundo como lo era ─y lo sigue siendo─ Nueva York, en fin, ¿quién no escribiría sobre lo que le rodea? Fitzgerald lo hizo, y hoy damos gracias. 

La novela, que se desarrolla en Nueva York, es escrita desde la calurosa y edénica Riviera francesa, donde el autor es capaz de juzgar a la destellante ciudad americana y sus habitantes desde una perspectiva más íntegra y objetiva. Fitzgerald da a luz a unos personajes que simbolizan las diferentes partes de la sociedad neoyorquina y norteamericana en general. Nick Carraway será el personaje testigo, un humilde trabajador de bolsa que narrará en pasado y primera persona los hechos que ocurren durante un verano sumergido en la élite de la ciudad, sin llegar a ser nunca el protagonista. Daisy Buchanan es la digna hija de América: bonita, madre, esposa, rica y despreocupada, a quien siendo muy joven le fueron amputadas las esperanzas de llegar a convertirse en cualquier otra cosa. Jordan Baker, amiga de Daisy, es chismosa, tramposa y atractiva. Tom es el marido de Daisy, otro producto de su país: casado, violento y con su amante correspondiente, Myrtle Wilson, una barrio bajera del Valle de las Cenizas, un sitio gris y horrible por el cual los ricos se ven obligados a pasar cada vez que quieren llegar hasta la suntuosa Manhattan

¿Y Jay Gatsby? El perfecto enamorado. Lo ha hecho todo, lo ha conseguido todo con el único propósito de ser digno de su único amor, la señorita Daisy. Al igual que Fitzgerald, Gatsby es un nuevo rico, un hombre hecho a sí mismo, fruto del “éxito” del sueño americano, con un alma rebosante de esperanza y de verano. 

Fitzgerald nos dibuja un mundo lleno de fiestas imposibles y de lujos impagables, de mentes superficiales e hipócritas. Pero también nos habla del amor y su fuerza infinita, de un hombre cuya existencia tan pronto se encontraba en la cima del Empire State Building como en las profundidades del más denso de los océanos. Y nos habla a través de Nick, una de las voces más interesantes que se han leído nunca en las novelas, el único personaje que se sabe su propio guión, que aprende y evoluciona en un verano inacabable y ahogado entre vapores de champán infinitos.

Este escritor, perteneciente a la llamada generación perdida, nos sumerge en su verano destellante mediante una prosa sutil como la espuma, con un genio y talento únicos, que centellean por sí mismos como los diamantinos ojos de Daisy o como la sonrisa única e inimitable del gran Jay Gatsby. Y nos ciega con su luz verde, lejana, pero tan deslumbrante que casi podemos tocar las promesas que irradia.

Gatsby creía en la luz verde, el orgiástico futuro que, año tras año, aparece ante nosotros… Nos esquiva, pero no importa; mañana correremos más de prisa, abriremos los brazos, y… un buen día…


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